1973 | La contrainformación

Por: Liliana Arraya. Una de las primeras estudiantes de la ECI. En los años de la dictadura debió exiliarse, luego regresó y terminó la carrera.

Tengo para mí que ese 11 de setiembre la noticia nos sorprendió a todos: no había antecedentes de que los militares rompieran su dilatada trayectoria democrática, irrumpiendo con un golpe de Estado –como tampoco que, tres años antes, el Socialismo accediera al gobierno a través de las urnas–, así que la Contrainformación no provocó asombro.

En ese año y piquito que teníamos como estudiantes de Ciencias de la Información, ya nos habían puesto al tanto que las agencias de noticias internacionales ponían la lupa o invisibilizaban noticias a su antojo; que había otra forma de informar llamada comunicación alternativa, donde el emisor podía no ser único sino que se podía comunicar en red a través de múltiples emisores; y que en la China de Mao los periódicos murales permitían, en las pequeñas comunidades rurales, claro, colgar en lugares públicos una especie de pizarrones donde cada quien escribía un texto, un mensaje, una opinión. Claro que de allí a pasar a la acción había un trecho. Y ese fue el trecho que se acortó el 11 de setiembre de 1973 cuando Pinochet encabezó el golpe que derrocó a Salvador Allende.

No tengo claro quién o quienes fueron el autor o autores de la idea, pero sé del entusiasmo que teníamos por poner manos a la obra toda la teoría aprendida.

Fue así que en el subsuelo de la escuelita –nombre en diminutivo que la acompañó a lo largo de su vida, pero que entonces tenía que ver con que era como la hermanita recién nacida de la Universidad–, se montó una sala de redacción y, en tiempo real, se transcribía en resmas de papel las noticias de Radio Universidad, los cables provenientes de Prensa Latina, las informaciones captadas, por onda corta, desde las radios de Montevideo y también de Chile y lo que transmitían los radioaficionados desde el otro lado dela Cordillera, en oposición claro está a los cables de las agencias UPI, AP, ANSA y Reuter.

Luego toda esa información escrita en máquina de tinta y papel se leía, en lo que hoy se llamaría Radio Abierta, a través de altoparlantes en las afueras del edificio y emulando las pizarras de los grandes diarios, pero sobre todo pensando en los periódicos murales de los chinos, se escribía con tiza en los pizarrones ubicados en las veredas de Vélez Sarsfield y Caseros, ofreciendo a los peatones y automovilistas de la zona, las últimas noticias.

Pero la Contrainformación, que se adjudicaba para sí la voz de la resistencia chilena y de la solidaridad internacional, no se detuvo en el ejercicio puro del periodismo y en cajas de cartón, en mochilas o en bolsos, los estudiantes pedíamos dinero a los paseantes y anotábamos con toda solemnidad a los voluntarios que cruzarían la Cordillera para ir a pelear a Chile.

Fue en esos días de ensoñación que hicimos marchar –narrativamente hablando, porque la realidad distaba mucho de aquello– al general Carlos Pratt, comandando las supuestas tropas leales, desde el sur de Chile hacia Santiago para enfrentar a los golpistas.

No tengo claro qué destino tuvo el poco dinero recaudado y lo que es peor aún la lista de los voluntarios que con nombre y apellido dejaban la forma de ubicarlos en cuanto se pudiera viajar para unirse a la resistencia. Sí tengo claro que el paso por la escuelita cambió definitivamente nuestras vidas.

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