1983 | La ECI en democracia

Por: María Paulinelli. Profesora y directora de la ECI en dos períodos consecutivos entre 1985 y 1988.

La memoria tiene trampas, subterfugios que colocan en zonas más claras o más oscuras los acontecimientos, los hechos, las acciones. A veces, rodean de una cierta irrealidad los sucesos ocurridos ciertamente. Otras, realzan –construyendo puntualmente- acontecimientos anodinos dotándolos de una persuasión inexplicable.

Es por eso que, al hacer memoria, buscamos en las palabras las certezas necesarias para que los recuerdos sean, no solamente más definidos, sino que provoquen la sensación de que nuevamente podemos vivir ese momento.

Pienso… ¿qué metáfora podría representar la maravilla de aquel tiempo en que volvimos a estar en democracia? ¿Qué imagen podía sintetizar las disueltas alegrías que vagaban por las calles y llenaban de esperanza las palabras y los rostros?

Quizás, la luz avanzando lentamente sobre la oscuridad y la tristeza.

Quizás, el agua reanimando resecas, yermas tierras.

Quizás, el aire posibilitando respirar, vivificando así los cuerpos anhelantes.

Quizás, la primavera volviendo con los ciclos de la vida.

Digo y no me alcanza. Todo eso no logra satisfacerme en la precisión con que trabaja mi memoria.

Recuerdo. Rememoro.

Los tiempos en el ’83 se habían agudizado

Exigían cambios que provocaban la vuelta al curso natural de la sociedad organizada. No quedaba espacio para las demasías del poder no instituido según las normas del Estado.

La democracia volvía por sus fueros. Habría elecciones en octubre. Mientras, era el aprendizaje de estar en una sociedad con libertades.

Había que reconocer una ciudad donde se podía volver a ser jóvenes a pesar de las edades y los años.

Había que recuperar las palabras con su peculiar y total carga significativa.

Había que dar al conocimiento la absoluta funcionalidad para construir hombres responsables.

Y había que preparar la Universidad, esta Escuela de Ciencias de la Información, para un mundo más justo, más humano, más de todos.

Si había una sensación que nos invadía, esa… era la levedad.

Esa levedad que daba la carencia de ataduras, de prohibiciones, de miedos y de angustias.

Esa levedad que retornaba de un pasado más lejano donde la revolución estaba a la vuelta de la esquina y donde creímos que todo era posible.

Esa levedad que nos llevaba a revisar, pensar, reconstruir, proyectar, planificar otros tiempos diferentes a estos que, aún vivíamos y que cada día abandonábamos con mayores posibilidades.

Esa levedad que resultaba de la espontánea relación entre los hombres entre sí, enmarcados en las instituciones que cobijaban las posibles formas de convivir en democracia.

Esa levedad que era la suma de nuestras alegrías, de nuestras esperanzas.

Y entonces… ¿qué más decir?

He buscado metáforas. He delineado imágenes. He descrito sensaciones.

Traté de hacer memoria de entonces…para ahora. De uno para todos.

Ahora, me interrogo. Los involucro en mis preguntas.

¿Cómo lograr que no nos invada la nostalgia por lo que se ha ido irremediablemente en el transcurso de los días y los años?

¿Cómo detener esa sangría de ilusiones, de sueños que adelgazan y desvirtúan la libertad aquella que recuperamos un octubre?

¿Cómo decirle a los jóvenes más nuevos que la Historia la hacemos entre todos, que es necesario construir todos los días y que lo valedero no brilla ni encandila porque es el resultado del trabajo cotidiano, de l compromiso permanente?

¿Cómo recuperar esa democracia en la que creímos firmemente?

¿Cómo… cómo hacer mejor esta Escuela, la Escuelita que tanto hemos querido?

¿Cómo quererla, hoy?

 

 

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